El pasado oscuro del etnógrafo -bien anclado a campañas de expansión y dominio colonial, bien formado en tradiciones epistémicas de corte moderno- ha sido punto de partida para el surgimiento de algunas de las perspectivas críticas que hoy fundamentan puestas de investigación social inter-subjetiva. Entre los diversos aspectos que han sido objeto de crítica en el marco del ejercicio etnográfico tradicional, nos llama particularmente la atención esa relación prostética que surge entre el investigador y su diario.
Concibiendo la constitución del diario como una fase puntual e indispensable del más amplio proceso de etnografía, éste torna en un garante de rigor. La sugerencia de sistematicidad que produce un registro reiterado, organizado cronológicamente y por escrito, parece haber afianzado una fuerte e íntima relación entre los etnógrafos y sus famosos diarios de campo. Quizás en virtud de la autoridad que produce el saber disciplinar moderno, el registro documental constante de la investigación torna en requisito sine qua non para la legitimidad de los saberes etnográficos.
Y es este asunto de la legitimidad de los saberes etnográficos justamente lo que nos interesa, puesto que es gracias a ella que los diarios pueden figurar como dispositivos de expropiación testimonial. Con base en la autoridad institucional del saber etngráfico oficial, asociada al rigor sugerido por una práctica academizada en la repetición y sistematización de ejercicios puntuales (disciplina), los documentos de registro diario de investigación (producidos por los etnógrafos) devienen datos reales (sobre los etnografiados). Así, información legítima(da) sobre terceros es producida y dispuesta como insumo potencial para el empoderamiento de quienes estén designados a emplearla como base para la toma de decisiones colectivas. Se produce un dispositivo que despoja a los individuos de sus posiciones y testimonios a través de la creación de imágenes etnográficas: de cuadros descriptivos que hablan por Otros y los posicionan.
En el proceso de expropiación testimonial que supone un diario etnográfico tradicional la figura del redactor omnisciente aparece fundamental. La posibilidad de producir testimonios y asignarlos arbitrariamente a individuos para su posicionamiento etnográfico, es consecuencia -ente otras cosas- del acceso exclusivo del investigador a los registros. En su privatización autorizada del registro diario, el etnógrafo hace de él un monólogo escrito que pretende -con ingenuidad o cinísmo- recoger la polifonía de voces que consienten y disienten en la multiplicidad de los encuentros. Aunque es evidente la inviabilidad de semejante empresa, los registros privados del etnográfo suelen ser presentados a modo de testimonios del Otro, y, aunque uno no lo creyera, todos les creen.
Dado esto, quisimos experimentar con formas de redacción que cuestionaran la posición omnisciente que asume el investigador respecto al registro diario. En la producción de un diario a varias manos, vemos un camino -entro muchos otros- para la creación de espacios dialógicos más que monológicos. Es evidente que la frontera etnógrafos/etnografiados sigue presente en el espacio que provee nuestro diario colectivo, sin embargo, también lo es nuestra necesidad de reconocer el sitio desde el que nos enunciamos. Más que intentar omitir nuestra condición intrusa en el marco de la investigación, lo que pretendemos es superar la privatización del registro y la exclusividad del relato. Es importante distinguir entre un intento por atrapar datos, información, posiciones o testimonios reales sobre Otros -queriendo amputar nuestra perspectiva, nuestro sitio y nuestros sesgos- (que nada tiene que ver con nuestra puesta), y una iniciativa de cuestionamiento al registro privado y monológico en espacios etnográficos.