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El sol acechaba la piel de manera ingrata, las esperanzas de que "todo salga bien" estaban jugadas, alrededor de cinco personas estábamos esperando que empezara la faena, que de un momento a otro se aclamara por una ciudad destruida y deconstruida. Uniformados con la elegancia y el clamor que el siglo XX exige nos dejamos llevar por el poder de volver a la infancia y sin prejuicios dejar que nuestros juicios hablaran.

Pero antes de todo esta euforia tuve que soportar un largo proceso de angustias y afanes.Llegar casi a diario a esas anchas escalinatas de cemento que revelan el imponente poder de lo que esperamos guarden los libros, de nuestra historia y cada paso hasta llegar a aquella magnífica puerta de madera, para dejar el equipaje en la portería, pasar por un escáner, y ver a un 'Toño Nariño moderno' que mira con esperanza de que se vea la historia de otra forma. Este ritual que tenía que pasar cada vez que llegaba a la Biblioteca Nacional me daba ánimos para poder explicarme qué hacía acá y si todo esto que se planeaba era posible.

Cada ve que subía a la Hemeroteca Manuel del Socorro Rodríguez, cada vez que pedía las Cromos, cada vez que veía el pasado impreso en imágenes, en textos, en poesías; En todos esos momentos tenía la emoción de un infante y la imaginación de un anciano, siempre me centraba en poder entender cómo se vivía en esa época, cómo hacían, quiénes eran, en verdad no podía hacerlo.

Decidí ir a las historias de vida para que me ayudaran a ver esa vida a través de otros ojos. Busqué a mis abuelos, hablé con mi abuela paterna y mi abuelo materno, los miraba, les preguntaba, usaba sus fotografías como soporte visual, como ayuda. Con ellos llegué a sentir como se vivía, vi en sus ojos lágrimas de melancolía y de nostalgia al escuchar alguna canción que era de la época. Nunca los había visto así, como las personas que vivieron su juventud, que a una corta edad tuvieron que vivir La Violencia, oler los cadáveres, sentir los cultivos, mirar las construcciones modernas y saborear la amargura de la monotonía.

"Nada ha cambiado", eso me dijo mi abuelo cuando le pregunté por la ciudad, su trabajo como obrero durante un tiempo y maestro de obra durante el resto de su vida, le llevaron a modificar la ciudad y ser partícipe de los cambios estructurales que tuvo la ciudad, pero nada cambiaba. Sumados a los ideales de cambio, de progreso y de desarrollo, mis abuelos fueron parte del proyecto moderno que inundó la ciudad con placeres, con sueños, alegrías y engaños. Todo se iba al traste mientras las clases dirigentes y los intelectuales luchaban arduamente por una Bogotá Mejor para todos, hacían publicaciones fomentando la decencia en la ciudad y el buen uso de los instrumentos públicos.

Toda la ciudad perecía al caos de estar envuelta en los planes de "los mismos de siempre" por eso y por una filosofía bastante particular mi abuelo no ejerce su derecho al voto, porque "yo no le quiero regalarle a nadie trabajo, a mi nadie me dió nunca trabajo así de fácil". Era eso, el trabajo lo que faltaba, por eso la gente venía a la ciudad, por eso aun viene la gente a la ciudad, y seguimos en lo mismo.

Las postales nos recordaron que existió una ciudad bella, limpia, sin ningún error, las historias nos demostraron que eso era, como siempre, una propaganda. "Todo pasado fue mejor", cuña utilizada para mantener ese halo nostálgico que cubre la memoria de los que vivieron el día a día sin pensar en el futuro, cuando se detuvieron a pensar en lo que fue el pasado vieron que el presente era igual, pero en aquel entonces todo fue mejor. Eso piensa mi abuela, por más duro que le haya tocado, pasó lo mejor y sacó a sus hijos adelante, vivió la vida e hizo lo posible por ser feliz.

Salir de sus casa a vivir la ciudad, el tranvía rojo repleto de gente, las tabernas abiertas 24/7, las personas con dinero en sus automóviles mirando desde lejos, desde el norte; los pobres queriendo llegar a ellos, viviendo en residencias cada vez más pequeños, pagando cada mes el lugar que les da la vida. No ha cambiado.

Pero regresar con esto en la cabeza, con la reflexión, con la historia, con Cromos; me hizo pensar en cómo podría revivir la historia de alguien que llegara como ellos a esta ciudad a trabajar, a mantener una vida digna y a poder hacer su vida. Así empecé a escribir mi diario. Decidí que yo ya no era yo, sino que durante mis tardes libres debería empezar a gestionar un mundo fantástico y ver la ciudad en blanco y negro, una forma de sentir que la presencia de los demás está narrando un recuerdo. Llegaba a los lugares históricos, a las plazas cuyo nombre a cambiado, a las calles que anteriormente eran más coloniales, a un pasado 'mejor'. Pero no lo lograba, ni Gardel me llevaba a pensar en esa época romántica en la que convivían los campesinos, los indígenas y los criollos en la ciudad. Nada me daba la remembranza suficiente. Así que decidí dejar todo esto de lado y ponerle de nuevo color a la película y vivir el mundo que tenía, seguir los ideales que siempre tuve y pensar en pro de una mejor calidad de vida.

Allí comprendí todo, supe también que nada ha cambiado y que seguimos en un ciclo increíblemente vicioso, o viciado, que no iba a cambiar nada mientras escribía y que si no lograba serle fiel a mi diario no le sería fiel a la historia. Logré encontrar un punto de equilibrio juntar mi historia con las de mis abuelos en un lugar inexistente en mi Bogotá, en una ciudad 'Mejor para mí', en mi pasado perfecto.

Todo fluyó, Joaquín cobró vida y me cobró unas cuantas deudas con mis deseos, con los sueños que tuve en algún momento y me dejó tranquilo con la vida de mis abuelos, me hizo reflexionar acerca de los tiempos de la vida y de las maneras de contemplar el panorama después de tanto tiempo estando en él e intentando resolverlo.

Por esto, durante ese sábado caluroso donde se esperaba la llegada de las personas a nuestro pequeña presentación, la historia ya estaba montada, el hilo del tiempo había dejado su marca en el trabajo que hicimos y en nosotros, ayudándonos a entender los procesos que han llevado a que la modernidad sea cada vez esté más sujeta a nuestras caminos.


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