El diario surge de lo que sucede en los encuentros y nos hace ir a otras historias parecidas, ya escuchadas o simplemente imaginadas.
Fragmentos de ellas y de nosotras, fragmentos en los que ya se han cruzados las voces, testimonios de oídas; fragmentos entonces sin autor propio, sin firma, anónimos.
Su fuerza, de hecho, tiene que ver también en gran medida con este anonimato: el anonimato que divide, que altera.
El anonimato de una escritura que produce diferencia, ya que el otro me afecta y hace producir algo nuevo en mí, que ya no puede reconocerse como propio.
Así se va desplegando una escritura de la vida cotidiana que surge en medio de encuentros, recorridos, sonidos, silencios, afectos, deseos, entre otras fuentes cuya sustancia es la cotidianidad.
Una escritura que, con el anonimato, hace valer también la impersonalidad de los afectos que la atraviesan.