El antropólogo Tim Ingold (2015) hace un llamado a la necesidad de la imaginación en las ciencias sociales, al recordarnos que la imaginación consiste en lograr trabajar con esos fragmentos de la experiencia, de las memorias, del tiempo en si y ensamblarlos de diferentes maneras para que permitan un cuestionamiento de la realidad mas allá de las “presencias” en interacción con el pasado y el devenir “…y así sanar la ruptura entre el mundo y nuestra imaginación sobre éste” (2015: .29). Así, esta propuesta hacia la dimensión de la experiencia estética en la investigación antropológica, entrelaza las formas en que lo sensorial y las corporalidades registran, testimonian y configuran las gramáticas del sentido de dichas realidades sociales.
El “giro corporal” en “lo visual” nos hace situarnos desde el cuerpo, creando así una mirada intersubjetiva y relacional a diferencia de una mirada distante y objetivizadora. La antropóloga Ruth Behar en su texto de la mirada vulnerable (1997) nos recuerda la necesidad de pensar nuestras producciones desde la vulnerabilidad y la experiencia del encuentro, donde esto no solo consiste en una forma de conocer el mundo sino que también implica los caminos por los cuales nos vamos construyendo y reconfigurando como sujetos.
El mundo es fenomenológico, existe como energía, fuerzas, atracción, deseos, repulsión es decir, como una articulación de modos de sentir. Es por esto que esta apuesta de la dimensión estética en la práctica antropológica apela a acercarse a esas complejidades de lo social desde ángulos que nos permitan evocar diferentes formas de interpretación y descripción de las realidades que nos atraviesan. Es decir, una apuesta a crear otras imágenes a través de la creación de constelaciones y coyunturas que nos permitan develar las complejas orquestaciones bajo las cuales reposa la cotidianidad y engancharnos con el mundo desde el cuerpo del modo mas directo y material.
Estos planteamientos nos presentan, retos metodológicos desde la antropología, métodos que nos permitan situarnos desde el cuerpo y la experiencias, donde en ese encuentro con lo mío y lo otro emerge algo. Un conocimiento que surge en nuestro ser con el mundo en medio del encuentro, la intersubjetividad y las contingencias. La práctica etnográfica pensada desde acá se enriquece y complejiza ya que este posicionamiento nos hace replantearnos y expandir nociones como la de trabajo de campo, el diario, la entrevistas, etc. Una metodología pensada desde las contingencias, menos de posición que de movimiento, no tanto de representación como de performatividad, menos en términos de objeto o cuerpo que en términos de relacionalidad. Esto nos lleva a entender la metodología a manera de transito, al permitirnos producir sentido y conocimiento a través del movimiento y lo que va surgiendo en ese caminar. Por eso una apuesta metodológica con perspectiva desde lo estético implica situarse desde los afectos y el cuerpo.