Cada día siento que todo lo que pasa va cada vez más lento. La rapidez de los cambios no se ven, busco de lado a lado y siento un vaivén de recuerdos y sueños perdidos en la idea de modernizar. Salgo temprano de mi casa para ir al colegio donde alguna vez estudié. Dejé allá toda mi niñez y mis deseos infantiles. Allí debían quedar. Ahora veo el llamado recreo y recuerdo cuando jugaba monedita, o piquis o cualquier cosa que fuera parecida a lo menos tecnológico del mundo. Eso se jugaba hace cientos años en las calles de la hambrienta Santa fe, de la ciudad que guardaba la esperanza de salir adelante y modernizarse. Nos espera muy poco, ya no hay piñatas ni tretas o juegos que tomen el pelo.
Ya todo es políticamente correcto y decirle algo malo a alguien está mal visto.
Viendo el Estereo Picnic sentía que estaba en el dilema de dos mundos. Si quería volver a los tiempos del paño y los vestidos largos y ver que sucedía allí, o si quería estar en mi tiempo, el del LSD y la música eléctrica y saber que lo que pasa aquí es la respuesta a todo lo que antes parecía mágico. Somos eso, realismo mágico, así definieron a García Márquez y así se construyó la nueva Bogotá.
Una ciudad de movimiento, todas aglomeradas y concisas como las aleaciones. Los muros salen al suelo y las calles se derrumban.
Nos movemos tan distinto.
Ya no tengo tiempo. Esa es mi nueva excusa, prefiero estar tan solo que mi tiempo no es mío, se lo di a la modernidad, a los pescadores y a mi papá. Miraba a los Cardenales y a los Comandos batallar sobre el césped y pensar en que en vez de los plásticos rojos que se veían 'estar', hace muchos años los sombreros y los blazers allí se debín agitar; un retumbar de emociones sobre la madera rechinante de memorias y dispuesta a darle paso a la seguridad de lo moderno. Dejando de lado la diversidad y entregando todo a la igualdad.
Ya no hay tiempo.
Se recorren las calles coloniales con las botas de pantano, se va a donde existían lagos en automóviles inundados, se deja la tranquilidad en un cuarto y cuando llega el final del día y lo único que nos separa de poder 'estar' de verdad es la idea de que mañana habrá que progresar.