1
Acabo de despertar de un sueño apocalíptico. Una tormenta de proporciones bíblicas quemaba todos los dispositivos electrónicos del continente. Las plantas generadoras de energía, eran reapropiadas por okupas, militantes primitivistas dispuestos a dar la vida con tal de “liberar a la humanidad” del yugo de la información, de la vigilancia wifi, del régimen hiperreal sobre el que advierte Baudrillard. Desperté muy alterado, acosado por preocupaciones fútiles.
2
Han sido días grises, siempre que me propongo a realizar un devenir al mejor estilo situacionista, gigantescos nubarrones se ciernen sobre mi cabeza. Había escogido este fin de semana para visitar el centro de Bogotá, pero otra vez la lluvia hace las veces de carcelera y me hunde en un cálido encierro.
3
Mi abuela Francy, me ha vuelto a cancelar, teme acompañarme y que el frío capitalino la envié nuevamente a la cama.
Volverá a preparar almuerzo para uno mientras escucha baladas. Hoy no transmiten novelas, se pasará la tarde viendo programas de cocina. Antes transcribía el paso a paso, pero hace cinco años desistió. ¿Para qué soñar con delicias mediterráneas cuyos ingredientes son imposibles de conseguir?, es mejor asar un pedazo de carne magra, bañarlo en aceite de oliva y albahaca; acompañarlo con torchietti y un vaso de jugo de naranja Tropicana with some pulp. “Hay que cocinar con lo que hay a la mano”, dirá mientras aplica una cantidad imperceptible de cúrcuma y sal rosada a la pasta.
4
Hace un poco más de un mes que despedimos a Clara. Desde que encontramos un enjambre de billetes recortados bañados en labial rojo, debo hacerme cargo de tareas que había dado por descontadas. Todo esto se trata de adquirir conciencia de mi propio peso; no tenía idea de cuan incompatible es mi existencia cotidiana de cara a la preservación del orden que mi madre (se) ha impuesto alimentándose de revistas de diseño de interiores. Hasta ahora experimento en carne propia las disonancias snobistas que ocasionan el polvo o alguna media tirada en medio de la sala.
¿Por qué en esas revistas nunca hay personas?, los espacios siempre están vacíos, advirtiendo que su pulcritud "modernista" pero "funcional", deriva de su existencia artificial, de su no-habitación. Tras de ellos, hay personas como Clara, artífices de sueños encargados de dotar de materialidad las habitaciones imaginarias que constituyen la vida domestica de los sujetos modernos. Sí como apunta Santiago Castro, la modernidad bogotana fue en primera instancia una escenificación de los deseos modernos, habría que considerar el trabajo domestico contemporáneo como un elemento constitutivo del aparataje teatral que hace posible la subjetivación de los cuerpos: los ubica en la escenografía que signa aquello que consideramos intimo, habitable, al menos lo suficiente para no desesperar en un día de lluvia
como este.