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Foto del escritorSemillero de Investigación Teori Social

Un paseo fotográfico


Salimos con Jose a realizar un recorrido fotográfico por el centro de Bogotá, era una tarea que nos habíamos propuesto desde hacía varios días, así que bueno, ya era hora de dar inicio a la misma, fuimos desde Galerías, el que otrora fuera el Alfonso López Pumarejo, -lo supimos por boca de un sociólogo borracho que conocimos en el más antiguo metedero de salsa del Santa Fe-, hasta el centro, pasando por diferentes barrios que datan de las décadas del 20, 30, 40 del siglo pasado, algunos mejor conservados que otros, y en todos encontrando casas que activaban nuestra imaginación ¿Quién vivió allí? ¿Cómo sería la vida barrial en ese entonces? ¿Cómo sería haber crecido allí? Imaginando a los quinceañeros asomados en los graciosos balcones de estas viejas quintas haciéndose promesas de amor, mientras las empleadas domésticas les hacían el cuarto, pero esos mismos balcones que fueron tapiados porque las calles se fueron haciendo ruidosas y contaminadas por la lenta llegada de un nuevo proyecto de ciudad, ahora deslucidos y polvosos son además las cicatrices que deja el paso de la opulencia a la decadencia.

Por otro lado también un poco la desilusión, nuestras vidas, eso que deseamos y por desearlo legitima que unos sean considerados mejor que otros, ellos (personajes abstractos) mejores que nosotros dando cuenta de lo que plantea David con su enclave subjetivo, nuestra subjetividad al... servicio de cuerpos ajenos…

Y así vamos encadenando los conceptos unos con otros y además anclándolos (anclándonos) en la realidad. Todas esas palabras que desde la teoría se muestran elevadas, abstraídas de nuestros cuerpos por su pomposidad y su construcción en ámbitos cerrados, en pasillos estrechos, rellenando páginas que tal vez no verán la luz, se configuran realidad que nos atraviesa la piel y los huesos y las más secretas fibras… y sí, evocamos al poeta melancólico porque también a él lo recorrimos, y se nos convierte en experiencia sensitiva, nos llega por el aire frío, por las calles estrechas de la Candelaria que aún intenta ser vieja y misteriosa y resistirse a la llegada de la modernidad y sus deformidades, podemos imaginarnos ingresando en el salón de su; De Sobremesa…

El recorrido es una especie de continuidad discontinua, de alguna manera, así como la construcción de la modernidad bogotana, nuestra búsqueda de esas huellas es un trasegar por nuestra propia producción como sujetos, los deseos que nos permiten vivir, perseguir la felicidad, rastreando a unos ellos fantasmagóricos que ya solo habitan en la nostalgia de los otros, de nosotros, o tal vez sea nuestra añoranza por esos sujetos que nos conforman en falsos tiempos pasados y en lugares diferentes al que ahora mismo habitamos, una fugitiva sensación como dice Agustín, de algo que se nos escapa a cada paso que damos por unas calles que se transforman agitadas por el progreso, buscando ellas mismas como organismos vivos un tiempo futuro mejor que finalmente nunca llega, porque siempre son proyectos maltrechos, inacabados producto del ensueño

…Continuidad discontinua, ayer, hoy, mañana… recorrido por una Bogotá,… porque Bogotá es muchos lugares y tiempos y ausencias y deseos y sueños, es muchos espacios que no alcanzamos a dimensionar, experiencias tan nuestras y tan lejanas de las nuestras que solo pueden llegarnos como las de unos otros remotos en el tiempo y el espacio, intentando llegar a ellos a partir de unas fotografías mal tomadas, imaginando cómo se suscribía dentro de ese espacio la señora que hace 20 o 30 años limpiaba el apto que ahora habita Jose...

Esa Bogotá que es nuestra porque la habitamos ahora o en el pasado, Jose como provinciano yo como habitante recurrente que además arrastro un pasado con ella, un recorrido de ensueños por nuestro deseo de vernos en casas que dejaron su esplendor en el pasado y que contrastadas con las construcciones recientes que las rodean o con el decaimiento de los años y el abandono, son un espejismo que retiene la memoria pero que pronto morirá.

Pero también es la irrupción de esas amplias avenidas, rodeadas de “rascacielos” con lucecitas acogedoras, que ofrecen la promesa del bienestar, de una ardiente chimenea, de una comida sofisticada, al tiempo que miran hacia un horizonte lejano que permita a sus ocupantes (los de verdad) dormir con la conciencia tranquila, ignorando las instalaciones “ilegales” que tienen tras de sí, las mismas avenidas que con sus carros y sus luces de colores y sus ficciones de ciudad futura, su ruido, eterno baluarte de la modernidad, el bullicio como hilo conductor del progreso, la velocidad…abren sus fauces feroces al tiempo que seductoras y nos tragan y nos pierden y no nos permiten dar vuelta atrás.


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